3 de marzo de 2008

¿Por qué estudiar economía?

Una introducción al razonamiento económico
Por David Gordon
Traducido por Mariano Bas Uribe

Introducción
¿Por qué estudiar economía?

Eso, ¿por qué? Una contestación buena y breve sería que no se puede prescindir de ella. Prácticamente todo lo que hacemos afecta a la economía. ¿Por qué tiene la gente que ganarse la vida? ¿Por qué algunas personas –boxeadores de pesos pesados, estrellas del rock y productores de cine, por ejemplo– ganan mucho más que los conductores de autobús o los policías? ¿Qué determina el precio de una Big Mac o, por seguir con lo mismo, de un camión Mack? Siempre que tenemos que tratar acerca de dinero o precios, hablamos de economía. Parafraseando a Monsieur Jourdan, el personaje de Molière, nos pasamos toda la vida hablando de economía sin saberlo.

Pero, aunque sea evidente la importancia de las preguntas acerca de la economía, ¿por qué estudiarlas sistemáticamente? Después de todo, todos estamos sujetos a la ley de la gravedad –tratemos de saltar por un precipicio, si no nos lo creemos– pero ¿se deduce de esto que tenemos que estudiar física?

Si la gente no comprende las normas básicas de la economía, vamos de cabeza al desastre. No necesitamos entender mucho de física para saber por qué no es una buena idea saltar por un precipicio; pero el que la economía funcione correctamente depende de que haya suficiente gente que conozca alguna verdades simples acerca de cómo funciona el sistema de precios.

Como veremos a lo largo de este libro, una economía sólida depende de permitir a la gente actuar libremente. Si los políticos interfieren en el libre mercado, o intentan reemplazarlo con socialismo, tendremos problemas.

Y algunas personas siempre están intentando hacer esto. Piensan, por una u otra razón no meditada, que pueden mejorar nuestra situación de riqueza. Salvo que comprendamos los elementos claves de la economía, podemos creer erróneamente en alguna de estas ideas. Si la mayoría de la gente cae en ellas, la economía sufriría un colapso generalizado; e incluso podemos perder asimismo nuestra libertad. Un poco de tiempo dedicado a aprender economía nos ayudará a evitar un mal negocio en el futuro.

Por qué es divertida la economía

Thomas Carlyle, un famoso escritor británico del siglo diecinueve, llamó una vez a la economía “la ciencia triste”. Pero, si la economía se estudia de la manera correcta, es muy divertida. Esto puede sorprendernos, si hemos hojeado un libro de texto universitario de economía. La mayor parte de los libros de texto tienen tantas ecuaciones que parecen tablas de horarios de ferrocarriles.

No vamos a hacer eso aquí. Este libro no contiene matemática compleja. A pesar de todo, probablemente se nos ocurra una objeción. Aunque este libro no tenga matemática compleja, esto no quiere decir que el estudio sea divertido. Después de todo, la gramática tampoco utiliza las matemáticas, pero la mayor parte de los estudiantes no la clasificarían entre las materias más entretenidas de sus programas educativos.

Sin embargo, la razón principal por la que la economía es divertida es ésta: no tenemos que aceptar nada como verdadero porque el libro lo diga, o porque lo diga el profesor. Todo en economía es (o debería ser) un asunto de razón y evidencia.

Como sabemos, esto no es verdad en muchos objetos de estudio. Supongamos, por ejemplo, que leemos en el libro de texto de historia: “Franklin Roosevelt salvó a los Estados Unidos de la revolución, reformando el capitalismo” (suponemos que no somos estudiantes en una escuela tan “progresiva” que no estudiamos historia).

¿Cómo podemos saber si lo que se dice acerca de Roosevelt es verdad? Tenemos que aceptar lo que el texto (o el profesor) nos dice. Sólo en la formación universitaria (y a veces, ni siquiera allí) podremos averiguar por qué los historiadores hacen las afirmaciones que hacen.

A veces esto puede ocasionar problemas. ¿Qué pasa si el libro se equivoca? Por ejemplo, la afirmación acerca de Roosevelt que acabamos de dar está completamente equivocada. Las medidas del “New Deal” de Roosevelt resultaron desastrosas. Podríamos acabar “sabiendo” cosas que simplemente no son verdad.

¿Por lo tanto no debemos creer lo que nos dicen los profesores? No (o al menos, no siempre), puesto que no habría manera de estudiar historia. Simplemente hay tanto que estudiar que hay que empezar por alguna parte. Sólo después de conocer lo suficiente, estaremos en situación comprender por qué los historiadores hacen las afirmaciones que hacen.

Nos encontraremos en la misma situación si estudiamos ciencias. ¿Por qué la afirmación “el sol se encuentra distante millones de kilómetros de la tierra” es verdadera, pero “la luna está hecha de queso” es falsa? No somos capaces de saberlo, salvo que aceptemos (al menos temporalmente) una gran cantidad de supuestos previos. Esta situación nos puede llevar a la frustración. Podemos aprender cosas sin comprender por qué son verdad. ¿No sería estupendo estudiar algo en lo cual no tengamos que hacer esto?

¿No nos hemos metido en problemas? ¿Por qué tenemos que aceptar la afirmación de este libro acerca de Roosevelt? (Esto es, la afirmación de que es falso que Roosevelt salvara el capitalismo). ¿Tenemos que aceptarlo como un acto de fe? En absoluto. Al final del libro, entenderemos por qué las políticas que siguió Roosevelt no podían funcionar.

¿Qué es la economía?

Ahora, tenemos algo pendiente en este capítulo. Hemos predicho que nos va a gustar la economía, porque no tenemos que aceptar argumentos de autoridad. Pero hemos dejado de explicar qué es la economía. ¿Hemos olvidado el asunto evidente de este libro?

Como podemos adivinar, la respuesta es no. Una explicación del método es esencial para entender la economía, como aquí nos proponemos. En cierto sentido, es obvio sobre qué trata la economía; conceptos como precios, salarios, producción, bancos, inflación, etc., vienen rápidamente a la mente. Una forma de proceder sería hacer una lista de éstos y algunos similares y después decir algo acerca de cada uno.

Este “método”, si podemos llamarlo así, fue el utilizado por algunos economistas en los siglos XIX y XX. En Europa, a estos economistas los llamaron historicistas; en Estados Unidos, institucionalistas. Como podemos imaginar, la economía tratada de esta forma no era sistemática: no se trata en absoluto de aplicar razonamientos deductivos. Para los economistas historicistas, tendríamos que aceptar prácticamente todo lo que se dice en sus libros. “Economistas” como Gustav Schmoller, Werner Sombart y Thorstein Veblen, que pertenecían a esta escuela, raramente aplicaban razonamientos deductivos. Su actitud era de “¡Acepta lo que te doy o lárgate!”.

La economía que seguimos en este libro es la de la Escuela Austriaca, fundada por Carl Menger en el siglo XIX y continuada en el siglo XX fundamentalmente por Ludwig von Mises y Murray Rothbard. Más que entender la economía como una lista de tópicos agrupada, esta escuela se caracteriza por una aproximación estrictamente deductiva.

Los economistas austriacos empiezan por un único principio, el “axioma de la acción” –todos los hombre actúan. A partir de este axioma, y unas pocas presunciones añadidas, trataremos de deducir verdades significativas acerca de los tópicos mencionados en los párrafos previos excepto uno. Seremos los jueces de nuestro éxito. Pero antes de que podamos ver cómo procede la economía austriaca, debemos explicar qué es el método deductivo.

¿Cuándo es razonable aceptar juicios “sólo porque lo dice el libro”?
Tratar de descubrir por qué Carlyle llamó a la economía “la ciencia triste”.